de la vestimenta y aspecto de las panameñas de mediados del siglo 19
Una tarde mi esposa y yo veíamos una película malísima en Netflix, así que ella, para distraerse, de manera rauda y veloz, abrió su Instagram. El primer contenido que le apareció en su feed, fue un reel sugerido de la enésima influencer de moda panameña: —amé esta falda, amé esta blusa, amé estos zapatos, amé, amé, amé… — repitió ad nauseam. Mis oídos fueron daño colateral de esa monótona muletilla y, aunque usted no lo crea, lejos de causarme escozor mental, ocasionó una pregunta inesperada: ¿Cómo era la vestimenta y aspecto de las panameñas, pero de mediados del siglo 19? Inmediatamente le siguieron: ¿Cómo se vestían de acuerdo a las clases sociales? y entre otras ¿sus apariencias y vestimentas ejercían influencia en sus vidas?
Acompáñame a descubrirlo…
Descripción de una aristócrata tabogueña
Una de las primeras descripciones que pude encontrar fue hecha por Robert Tomes, un médico estadounidense al servicio de la línea de vapores que conectaba Panamá con San Francisco, EE.UU. Tomes (1855) describió a una joven residente de Taboga en 1849 así:
La belleza del pueblo es Dolores, tan suave y dulce como una de las naranjas de Taboga. Su piel es muy blanca y tersa; sus curvas son abundantes como las que adornan a las mujeres circasianas de un harén turco. Sin embargo, tiene una expresión soñolienta y apática, que probablemente la hubiese condenado a una monótona sequía de pretendientes, si no fuera por la sensualidad y voluptuosidad de su boca española, así como el brillo de sus ojos negros. Su rostro está enmarcado por un cabello negro azabache que fluye profusamente sobre sus hombros expuestos, en todo su brillante y completo esplendor, gracias al escote de su ropaje. Sus manos y pies son pequeños y blancos, como los de la mayoría de las españolas, que se cuidan de que ningún trabajo o exposición estropee su belleza, de la que están tan orgullosas. Todos se enamoran de Dolores, pero ella coquetea pobremente y en consecuencia el mundo está advertido.
p. 187
Muy interesante esta descripción, sin embargo, a diferencia de la actualidad, a mediados del siglo 19 la fotografía no se había inventado aún y si uno tenía suerte podía encontrar algunas ilustraciones hechas a mano, es decir, las imágenes era un soberano lujo. Pero como no podía quedarme con la curiosidad insatisfecha, le pedí a la Inteligencia Artificial (Dalle-E) que usara la descripción de Robert Tomes para producir un retrato en óleo de la joven Dolores de Taboga y este fue el resultado:
¿Cómo lucían las mujeres de la élite de la ciudad de Panamá del siglo 19?
En un artículo publicado en una revista francesa, de enero de 1845, encontré la siguiente descripción:
Las panameñas llevan el pelo dividido en largas trenzas que están atadas al final con un moño en forma de lazo. Tienen rizos entrelazados con flores naturales a ambos lados de la frente que cubren parcialmente sus orejas, de las cuales cuelgan unos aretes enormes. Sus camisas generalmente les quedan ajustadas y están ribeteadas con seda, de colores vivos, alrededor de los hombros y el busto. La falda o basquiña, está confeccionada ya sea con batista [lino] de excelente calidad o con tela de algodón blanca y muy fina. Esta basquiña está adornada con dos ribetes similares a los del corpiño y no oculta de la vista sus bonitos tobillos ni sus lindos pies, siempre calzados con medias de seda y zapatillas de satín color azul, rosa o verde, bordadas en oro y plata.
Debajo de la cintura brilla el singular adorno llamado tumbadillo: Una especie de pequeña placa de oro cincelado, de bordes redondeados y decorada con finas perlas y piedras preciosas, de las que los panameños tienen una selección muy especial. El tumbadillo parece haber perdido el favor de las clases más ricas de la sociedad, sin embargo, los negros conservan en toda su originalidad este accesorio característico del traje nacional.
El ornamento de las mujeres es completado por un rosario de magníficas perlas, del que cuelga una gran cruz y el indispensable abanico.
Por fortuna, esta revista se dio el lujo de confeccionar una ilustración, de la cual obtuve una copia y te comparto con mucho gusto:
Siempre es bueno buscar coincidencias en las fuentes históricas y lo pudimos lograr al encontrar la carta de un viajero norteamericano anónimo que estuvo en Panamá en junio de 1849. Este viajero describió la vestimenta y aspecto de las panameñas aristócratas de mediados del siglo 19 así:
Dan una espléndida impresión con su lujosa indumentaria y gran cantidad de costosas joyas y accesorios: Cada uno de sus dedos está adornado con anillos de piedra preciosa, mientras que sus cuellos, orejas y su cabello negro como los cuervos (que suelen peinar en trenzas) centellean con perlas y diamantes. En una dama americana semejante exhibición resultaría de lo más extraña e impropia, y aunque aquí, en mi opinión, es elegante y atractiva, la misma adquiere un aspecto sublimemente ridículo cuando se contrasta con la suciedad, los harapos y la desnudez que rodean a esta dama airosa mientras avanza por las calles hacia la iglesia, sin que nadie de su clase la acompañe; allí permanece una o dos horas arrodillada sobre una alfombra o tapete extendido sobre el piso de ladrillo por una harapienta sirvienta negra que la siguió hasta el templo.
Nunca usan tocado [sombrero femenino]. Durante el día van por la calle con la cabeza descubierta y usando un parasol elegante. Si salen por la noche, llevan suntuosos pañuelos sobre la cabeza y los hombros. Sus calzados y medias son de materiales caros al tiempo que exhiben sus pies y tobillos delicados. Se levantan muy tarde por la mañana, cosen un poco, leen y se mecen en sus hamacas; sin embargo, los ritos religiosos ocupan la mayor parte de su tiempo. No acostumbran a salir a comprar, sino que suelen enviar a un sirviente por lo que puedan necesitar, mientras ellas permanecen encerradas en casa.”
¿Cómo lucían las mujeres que eran sirvientas de la élite?
Si bien el arriba mencionado viajero no fue muy detallado con su descripción de la sirvienta, afortunadamente, la publicación francesa tuvo la gentileza de hacerlo:
Las sirvientas suelen ir vestidas de la misma manera que sus amas, pero con menos lujo, por ejemplo: Sus faldones están bordados, pero sin tantos detalles; su tumbadillo es de oro perfilado, pero sin joyas. Van descalzas o sólo llevan pantuflas (o chancletas como les llaman) que apenas cubren la punta del pie y cuya suela, desgastada, no protege el talón, que descansa desnudo en el suelo.
En la misma línea, Charles Toll Bidwell, un diplomático británico que estuvo seis años en Panamá, puntualizó un detalle que explicó por qué las sirvientas llevaban las chancletas desgastadas en el talón:
Sin embargo, los sirvientes y las mujeres de color son muy desaliñados. Arrastran sus pies por las calles y, si uno se lo permite, también lo harían por la casa, de una manera que me pone los nervios de punta. Este hábito tiene su origen en el deseo de hacer que los pies parezcan muy pequeños en los días de gala, cuando deben usar zapatos nuevos y apretados; sin embargo, resulta imposible que estos zapatos sirvan para el trabajo cotidiano, así que desgastan el talón a modo de pantuflas cuando hay que hacer el trabajo diario.
Bidwell (1865, p. 231)
Ahora continuamos con el resto de la descripción hecha por la publicación francesa:
El peinado de las sirvientas, aunque intenta copiar lo más posible al que usan las mujeres blancas, apenas se le parece; su pelo encrespado desafía todo intento de coquetería; las pobres africanas luchan inútilmente por trenzarlo de la manera más apretada. En lugar de las trenzas largas y flexibles que tan bien acompañan la figura y la cintura de las mujeres blancas, las negras sólo consiguen seis u ocho mechones grandes, duros y puntiagudos, que forman un ángulo recto con la cabeza y producen un efecto muy extraño como de rayos divergentes. Cuando salen, tanto las damas, como las mujeres de color, se colocan sobre la cabeza un pañuelo blanco de algodón que las cubre de manera similar a la mantilla española.
La anterior descripción me lleva a preguntarme…
¿Cómo se veían las mujeres de la clase trabajadora panameña?
En la carta de R.P. Effinger, un joven abogado de Ohio, EE.UU., que pasó por Panamá rumbo a California, hay una descripción de las mujeres trabajadoras del extinto pueblo de Chagres, en abril de 1849:
Algunas de las señoritas son muy bonitas. Muchas de ellas tienen una tez limpia, oscura y aceitunada, con el pelo largo, liso y negro. La mejor descripción que puedo darte de su estilo de vestir es un camisón americano, bordeado alrededor del cuello con un encaje muy ancho, en algunos aspectos parecido a las largas capas que se llevan en EE.UU. Este vestido es tan holgado y grande que les queda colgando igual que una camisa sobre un palo, exponiendo más o menos la mitad de su espalda y busto, así como una tercera parte de sus piernas. Tienen los pies muy pequeños y suelen llevar enaguas de colores muy vivos sin calcetines. Sus figuras son regordetas. Visten invariablemente de blanco y se presentan, al menos en su vestimenta, muy pulcras y limpias. Una niña de 10 ó 12 años está tan bien desarrollada como lo estaría una mujer americana a los 18 ó 20 años y cuando una nativa cumple los 45 ó 50 años, está tan arrugada y encorvada como la más vieja de nuestras mujeres americanas.
Similarmente, Ida Laura Pfeiffer, una austríaca adinerada que hizo dos viajes alrededor del mundo, estuvo en la ciudad de Panamá a finales de diciembre de 1853 y sobre la vestimenta de las panameñas escribió en su diario así:
Tienen un corte muy bajo en el busto y están adornados con un encaje tan ancho que cae muy por debajo de la cintura. Si este traje estuviera limpio y bien puesto, sería muy elegante; pero por lo general cuelga tan flojo que, mientras que en un hombro cae hasta dejar el hombro y el pecho desnudos, en el otro se levanta hasta el cuello. Con los amplios volantes* se limpian el polvo de la cara; o los utilizan como guardapolvos** o incluso como pañuelos de bolsillo.
* – Un volante es una tira de tela o encaje que utilizan para ornamentar las prendas de vestir.
** – Un guardapolvos es una especie de capa o tela protectora que utilizan los jinetes para protegerse del polvo.
Bidwell (1865) también escribió sobre las trabajadoras y coincide en varios puntos con Pfeiffer (1855):
Las mujeres de las clases más bajas llevan las llamadas polleras, que son vestidos escotados sin mangas y con adornos de encaje en el busto. Este vestido, a menos que esté bien confeccionado, es muy desaliñado, pero cuando está limpio y se lleva adecuadamente, no desentona, ni es inadecuado para el clima.
Bidwell (1865, p. 231)
Por último, Bidwell (1865) puntualizó sobre las trabajadoras panameñas:
Las más humildes son tan frívolas como pobres. Les fascina vestir con sus mejores galas en los días de fiesta e invierten todos sus ahorros en joyas, como cadenas y peinetas con adornos, que luego venden o empeñan en los días de apuro.
p. 231
De cuando las panameñas prescindían de sus prendas de vestir
Las mujeres trabajadoras de la época acostumbraban a ir descalzas. Al respecto, John Augustus Lloyd, un ingeniero británico que estuvo de paso por Panamá en 1832, escribió:
los zapatos sólo son artículos de gran lujo. Rara vez usan algo para protegerse los pies y, si lo hacen, utilizan un trozo de cuero cortado y amarrado muy pulcramente a modo de sandalia.
Con base en lo anterior, además de la descripción hecha por la revista francesa de 1845, podemos concluir que las trabajadoras panameñas iban a sus labores sin zapatos. Pero, ¿prescindían de alguna otra prenda de vestir para trabajar? Según narraciones de los americanos que pasaron por Panamá, la respuesta era afirmativa para las lavanderas. Como muestras, te comparto la anécdota del abogado R.P. Effinger sobre unas mujeres que vio en los alrededores del extinto pueblo de Gatún, en abril de 1849:
En una pequeña hondonada, a menos de quince yardas de donde me encontraba, vi al menos veinte señoritas completamente desnudas, refrescándose en un riachuelo cristalino y poco profundo que bajaba de la montaña. Algunas de las muchachas estaban arrodilladas al borde del arroyo lavando la ropa. Otras, mientras tanto, usaban calabazas para rociarse la cabeza con agua y realizaban esta operación tan rápidamente que hubiesen ahogado a cualquier ave acuática.
En la misma línea, un norteamericano identificado por las iniciales J.T.G., describió a las lavanderas panameñas, en una carta del 27 de mayo de 1850, así:
desnudas como el día que nacieron, con la excepción de un simple trapo que envuelve sus caderas y que les llega hasta la rodilla
¿Cuál era el color de moda?
Basándose en las anteriores narraciones, es posible concluir que vestían de color blanco. Sin embargo, y de acuerdo con Bidwell (1865):
El color de la vestimenta que más prevalece entre hombres y mujeres en Panamá es el negro, a pesar de que no existe color más inadecuado para un clima tan caluroso. Como los panameños se aferran al luto con una tenacidad verdaderamente asombrosa, cada familia parece competir con su semejante para ver quién mantiene el duelo durante más tiempo. Consecuentemente, visten el solemne y, para este clima, perjudicial color negro. Lo usual es que cuando mueren parientes cercanos, visten de negro por tres o cuatro años y como muchas de las familias están unidas entre sí por el matrimonio, entonces la ropa de luto es la común entre los lugareños.
p. 232
¿Eran atractivas?
Es difícil saberlo, pues los gustos varían de persona a persona. Sirva de ilustración el caso de J.T.G., a quién le incomodaban las lavanderas panameñas (y su desnudez) y así lo hizo saber en su carta:
Nunca antes había estado en un lugar donde el pudor femenino fuera algo prácticamente inexistente. Si bien no me considero fastidioso y no rehúyo de la exposición habitual de los encantos femeninos, confieso que me pareció demasiado, incluso para mi pudor, enfrentarme a un pequeño regimiento de mujeres, jóvenes y viejas, desnudas como el día que nacieron, con la excepción de un simple trapo que envuelve sus caderas y que les llega hasta la rodilla, sin embargo, me alegré de poder tranquilizar mis sentimientos, convenciéndome de que ellas no son más que una especie de bestias de dos patas, sin más intelecto que el ganado que merodea por sus bosques primitivos.
En contraste, R.P. Effinger, escribió sobre su encuentro con las bañistas (y lavanderas) de Gatún:
En cuanto me detectaron, se produjo un correteo en busca de pañolones y camisas como nunca se ha visto. Después de vestirse, me invitaron muy cortésmente a bañarme con ellas, lo que obviamente acepté sin la menor insistencia.
Effinger detalló en su carta que pasó tan buen rato con las mujeres de Gatún que olvidó el hambre que sentía. Posteriormente y de forma contrastante, este norteamericano nos dejó saber que no encontraba atractivo por las aristócratas de la Ciudad de Panamá, al escribir que:
Las mujeres visten con un estilo muy rico y pulcro, pero no puedo hacer ningún elogio de su belleza. En general, tienen el aspecto de señoras solteronas, hastiadas y marchitas. No se ve en ellas la frescura y vivacidad de nuestras bellas muchachas americanas.
Contrariamente, Salvador Camacho Roldán, otrora gobernador de la provincia de Panamá entre 1853 y 1854, escribió que la mujer de la clase superior panameña era:
notable por […] la belleza física, cultura y suavidad de maneras de las señoras, como en muy pocas ciudades de Colombia pudieran encontrarse.
Camacho (1890, p. 312)
Además de que los gustos varían de persona a persona, los mismos también cambian con el tiempo; valga por caso de ejemplo: Los pies. Si contrastamos nuestros estándares contemporáneos de belleza, donde muchos(as) optan por labios, nalgas y pechos extra-large, durante el siglo 19, los pies y los tobillos de las mujeres eran lo sexy. De hecho, y de acuerdo con Rexford (2008), en la sociedad norteamericana de esa época “los pies pequeños, junto con las manos pequeñas, eran uno de los atributos tradicionales de una mujer de la clase alta”. Dicho esto, ahora sabemos por qué los norteamericanos mencionaban, casi obsesivamente, los pies (y tobillos) de las panameñas en sus cartas. (Para tu conveniencia, hice énfasis con texto en negrita en todas las menciones de pies que están en las citas textuales arriba mencionadas). Esta admiración la confirmó Ida Pfeiffer (1855) en su diario:
pero entre estas mestizas hay algunas muy guapas, con ojos, pelo y dientes notablemente finos. Sus manos y pies también son admirados por su pequeñez
p. 333
La suerte de la fea, la bonita la desea (o algunas escenas de la vida de panameñas de mediados del siglo 19)
A diferencia de la actualidad, donde las mujeres son proporcionalmente más educadas que los hombres, en el siglo 19, las panameñas, especialmente las de la clase más humildes, padecían de una ignorancia crónica. Lo anterior establecía restricciones severas para lo que una mujer podía o no hacer con su vida. Por ejemplo, y gracias a Muñoz (1980), sabemos lo que el gobernador de provincia de Azuero escribió a mediados de septiembre de 1852 escribió al respecto:
[…] la mujer, esta preciosa mitad del género humano, destinada por la naturaleza a influir en el destino del hombre, i [sic] en la suerte de las naciones, según su mayor o menor inteligencia, crece en estos pueblos como la planta silvestre, sin mas educación que la que le legara a su madre o abuela en el siglo XVI, i [sic] sin otro porvenir que el de ser máquina humana de reproducción. […]
Por consiguiente, es razonable argumentar que la vestimenta, aspecto (y los pies) de las panameñas de mediados del siglo 19 era importantes para definir su suerte, más que hoy día. Así que veremos algunas historias de la suerte de algunas panameñas de la época, empezando por las que pertenecen a la élite:
Josefa Dolores Arosemena Quesada
En abril de 1851, Josefa Arosemena, una joven aristócrata panameña de 19 años de edad, perteneciente a la familia más adinerada del momento, contrajo nupcias con Francis W. Rice, un arruinado editor norteamericano de periódicos. Ten en consideración que, en esos tiempos, las panameñas no tenían tanta autonomía sobre sus decisiones como en la actualidad; así nos lo deja saber John Harris Forster, un topógrafo que estuvo en Panamá a mediados de 1849:
Los matrimonios se pactan especialmente en el caso de las mujeres a una edad muy temprana. He visto a madres, con uno o más hijos, que sólo tenían uno, quizás dos años en su adolescencia. Recientemente supe de un matrimonio donde la novia sólo tenía 12 años. Bajo este sol las mujeres maduran pronto y se marchitan también pronto. Una mujer de 30 años ya es vieja.
p. 20
Con base en lo anterior, podemos concluir que es altamente probable que el matrimonio de Josefa fue arreglado por su padre, Mariano Arosemena, prócer de la independencia de Panamá de España y editor del periódico La Miscelánea del Istmo. ¿Cuáles pudieron ser las razones de Mariano Arosemena para casar a su hija con Francis W. Rice? La aristocracia panameña creía que había que “mejorar la raza”. Con respecto a lo anterior, Salvador Camacho Roldán escribió:
Pronto principiaron enlaces entre los americanos del norte, los ingleses, los franceses y las familias panameñas, llamadas á [sic] producir una descendencia físicamente superior, más poderosa en facultades industriales y dotada por herencia de mejores condiciones de interés cívico y disciplina social.
Camacho (1890, p. 312-313)
Parece que al Sr. Rice le gustó tanto estar entre la élite panameña, que cuando enviudó, y de acuerdo con Figueroa (1978), se volvió a casar en 1867 con otra integrante de esta clase social: La hermana de Josefa.
Dolores (la tabogueña)
La suerte de Dolores fue documentada por Robert Tomes cuando regresó a Taboga en 1855, seis años después de que la conoció por primera vez:
Dolores, la belleza del pueblo, siguió el camino que sigue toda carne como la suya: Fue devorada por el vórtice de la inmoralidad y abandonó el paraíso de Taboga por la región menos inocente de Panamá, donde su reputación y su belleza se desvanecen rápidamente.
p. 194
¿Qué crees que le sucedió a Dolores? Me encantaría leerlo en los comentarios.
Nina Altamira
Nina Altamira fue una panameña de clase trabajadora que se juntó, en 1850, con un exesclavo norteamericano llamado William G. Hance. Este último llegó a ciudad de Panamá en 1849 y a finales de ese año fundó el Hotel Nueva York. Sin embargo, William complementaba sus ingresos del hotel hurtando dinero y objetos de valor de sus huéspedes. Consecuentemente, el 28 de febrero de 1850, William hurtó USD 1,500 de un baúl e incriminó falsamente a un joven norteamericano. Esta acción desencadenó un motín donde 1,000 americanos destruyeron la cárcel para liberar al acusado, lo cual resquebrajó la relación entre americanos y panameños.
Poco tiempo después, Hance vendió el hotel y se mudó al poblado de Cruces con Nina, pero el concubinato no duró mucho, pues el 13 de septiembre de 1850, William fue detenido, juzgado y encontrado culpable de asesinar al cuñado de su esposa y a otra persona durante una excursión de cacería. Hance afirmó que fue un accidente y se fugó a Estados Unidos.
Tomasa Montes
Como no quiero cerrar esta entrada con otra dosis de realismo (o una sobredosis de pesimismo), dejé la historia de Tomasa Montes para el final. Aparentemente, el atractivo de Tomasa (además de su personalidad y otros atributos...obviamente) era tal que logró que Gregorio Luna, un sacerdote católico, le diera la espalda a la Iglesia.
De acuerdo con el extinto periódico El Panameño, del 28 de octubre de 1853, el Padre Gregorio aprovechó la nueva ley de matrimonio civil en Panamá y se presentó al juzgado para casarse con Tomasa. Vale la pena señalar que el padre Luna quiso hacer las cosas correctamente, a diferencia de sus colegas del clero de esa época, que se tomaban lo de los “Misterios Gozosos” muy en serio y tuvieron montones de hijos en Panamá, a pesar de su celibato. Como muestra, Robert Tomes, además de documentar la dudosa suerte de la joven Dolores, también nos contó de la suerte del recién fallecido sacerdote católico de Taboga:
Murió entre lamentos de todas las mujeres de Taboga y dejó un círculo de niños pequeños que lloraron la pérdida prematura del que fue su padre espiritual y terrenal, aunque no estaba casado.
Tomes (1855, p. 194)
Obviamente, la acción del padre Gregorio no fue del agrado de la jerarquía católica del momento y fue suspendido de sus funciones eclesiásticas. Seguramente, Tomasa lo valía. Tristemente, no pude encontrar algún reporte de lo que sucedió con este matrimonio, pero quiero pensar que vivieron felices hasta que la muerte los separó. 🙂
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Referencias (pa’ que no digan esto es Fake News)
- Bidwell C. T. (1865). The isthmus of panama. Chapman & Hall.
- Costumes de Panama. (1845, Enero). Le magasin pittoresque, Vol. 14, 128-129.
- Camacho R. S (1890). Notas de viaje (Colombia y Estados Unidos de América). Camacho Roldan & Tamayo.
- Reclus, A. (1881). Panama et Darien. Hachette.
- ORAN. (1859, September). Tropical Journeyings. Harper’s New Monthly Magazine, CXII, 433–454.
- Pfeiffer I. (1855). A lady’s second journey round the world. Longman Brown Green and Longmans.
- Figueroa Navarro A. (1978). Dominio y sociedad en el Panamá colombiano (1821- 1903) : escrutinio sociológico. Editorial Universitaria (EUPAN).
- Forster J. H. & Weideman C. (1989). John harris forster : field notes of a surveyor in panama and california 1849. Michigan Historical Collections Bentley Historical Library University of Michigan.
- Muñoz Pinzón, A. (1980). Un estudio sobre historia social panameña: las sublevaciones campesinas de Azuero en 1856. Panamá: Editorial Universitaria.
- Lloyd, J. A. (1832). Notes respecting the Isthmus of Panamá. Communicated by J.A. Lloyd, Esq. Extracts from them read 28th of February, and 14th of March, 1831. The Journal of the Royal Geographical Society, 1, 69–101.
- Rexford, N. (2008, April). Teensy-Weensy, Itty-Bitty Shoes. The National Endowment for the Humanities. Recuperado el 7 de febrero de 2023 desde https://www.neh.gov/humanities/2008/marchapril/feature/teensy-weensy-itty-bitty-shoes
- Tomes R. (1855). Panama in 1855 : an account of the panama rail-road of the cities of panama and aspinwall with sketches of life and character on the isthmus. Harper & Bros.
- Taylor B. & King T. B. (1854). Eldorado or adventures in the path of empire : comprising a voyage to california via panama ; life in san francisco and monterey ; pictures of the gold region and experiences of mexican travel (4th ed.). George P. Putnam & Co. ; Richard Bentley.
- Pratt, J. H. (1891). To California by Panama in ’49. The Century Illustrated Monthly Magazine, Vol. 41, 901–917.